Niñ@s, el cuidado, el amor y la diversidad sexual (#yorespeto)

Let the soul be assured that somewhere in the universe it should rejoin its friend — R.W. Emerson

Recuerdo que la primera marcha por la diversidad a la cual asistimos como familia fue a fines de los noventa, en otro país. Fueron muchas, y también clases con alumnos y familias, sesiones de terapia (de mamás y papás que querían comprender y apoyar mejor a sus hijos e hijas que habían compartido al fin con ellos, ser homosexuales), reuniones de colectivos pro diversidad para educarnos como familia.

En los 2000 fue ardua la oposición al intento de la administración de G. Bush de introducir una enmienda constitucional que cerrara toda posibilidad de aprobar matrimonios homosexuales (en Georgia fue una campaña sin pausa donde mi hija mayor nos llevó de la mano a muchos rallies; y cuánto aprendimos de ella y de sus amig@s). Hoy en EEUU es indetenible la evolución hacia un país completo que reconoce los derechos iguales, también en el amor, de todos sus ciudadan@s.

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Desde esa primera marcha, casi veinte años pasaron y todo lo vivido en otras latitudes se repite ahora –con demora, pero con la misma sensación de maravilla- en nuestro país.

Lo vivimos con esperanza, alegría, confianza: hay otra pequeña en la familia y, como muchos papás y mamás, soñamos para ella  esa nación donde cualquiera sea su camino, sus amores, elecciones, oficios, proyecto de vida, pueda realizarlos.

Me cuesta entender (no sé mucho de leyes, y prefería que obraran desde el amor, con amor, no contra él, sometiéndolo a restricciones), por qué no se discutió de inmediato el matrimonio igualitario junto con el acuerdo de vida en pareja -AVP- para parejas que conviven (cualquiera sea su orientación sexual).

No obstante, como muchos, veo en el AVP un progreso y uno que agradecemos a la tenacidad de hombres y mujeres buenas, activistas y fundaciones que no han detenido su trabajo en décadas, y con mucha mayor urgencia en los últimos años. Recientemente, la propia iglesia, desde su sínodo, deja filtrar también una nueva luz.

Es un nuevo tiempo. En todo el mundo, y en Chile también. Estamos creciendo. Hay una conversación social acerca de la diversidad  –y un universo que se va creando a partir de ella, donde podemos habitar- en la cual pausadamente, o a paso más ágil y veloz, nos vamos encontrando todos y todas.

Posiciones habrá distintas, resistencias también (y lamentablemente, violencias), pero más allá de objeciones u obstáculos no podrán ser omitidos derechos humanos que son universales para todas TODAS las personas, ni desconocer que las nuevas generaciones viven y seguirán creciendo en un país distinto.

Papás, mamás, educadores -y todo el mundo adulto-, somos una voz importante para nuestros niños y nos ponemos a disposición para escuchar, responder a sus preguntas, acompañar, guiarlos. Aunque no siempre sea sencillo porque también como adultos podemos tener inquietudes, dudas, temas irresueltos, preguntas y emociones.

Confiemos en los niños, en su corazón gentil y su apertura natural a la diversidad que existe por doquier: faunas, floras, comunidades humanas, el amor y las distintas familias también. Ellos saben.

El respeto a la diversidad sexual es un eje fundamental en la educación desde la ética del cuidado. Son demasiadas las evidencias (cotidianas y en estudios expertos) sobre los daños que vienen con la discriminación, la intolerancia, la violencia, o los juicios de género.

Hace dos años, conocí de una investigación en marcha (este 2014 se presentaron sus resultados, ref: Judy Chu) donde ya se avizoraba el sufrimiento de niños varones de prekinder ante la presión de los estereotipos (impuestos por los adultos) en sus juegos, en su forma de expresar afecto, y de vivir la amistad. Llegando a primero básico, sus voces habían cedido terreno a ciertos silencios. También su forma de ser estaba cediendo, y con ella, la confianza en sí, la autoestima, diversas habilidades. Las pérdidas no son triviales.

En un salto del tiempo, los hombres grandes. Un estudio sobre estrés post traumático en sobrevivientes de guerra, llamó mi atención desde el relato de veteranos del Vietnam que agradecían, en las condiciones más desgarradoras, haber vivido tardíamente la posibilidad de relaciones de intimidad afectiva (no románticas, no sexuales) con amigos hombres. Amor.

Al volver de la guerra, sus comunidades, familias y esposas no comprendían la fuerza de esos vínculos de amistad profunda que los ex combatientes, con mucha dificultad, trataban de sostener. Un veterano muy mayor explicaba este amor profundo entre hombres amigos (como una lo ha sentido por sus amigas de toda la vida) y el desgarro de que no bastando con la guerra (y el abandono del gobierno y comunidad al regreso), debieran negar más encima sus propias almas y afectos. Amores que hacían bien; que los conectaban con su condición humana (casi perdida del todo, luego de lo vivido en Vietnam).

Las historias de estos hombres adultos no pertenecen sólo al pasado. Los niños de hoy también viven situaciones de extrema presión sobre su sensibilidad y su autenticidad. Si años atrás a los niños se les decía “no seas niñita” (para jugar, expresar emociones, vestirse, etc), se ha sumado a ello el “no seas gay”.

Cuesta entender que actuemos así cuando la sinceridad, la ternura, la preciosa intimidad que podemos vivir en una relación de amistad, de amor (también con nosotros mismos), son humanas: parte de nuestra naturaleza, de nuestra experiencia. No tienen género.

La presión impuesta por juicios de género ha llevado en algunos países a que los niños varones renuncien a parte de su mundo afectivo, y muy concretamente, a sus mejores amigos:

existen estudios que muestran como durante la básica y hasta fines de ella, al igual que las niñas, los niños contaban con un confidente, mejor amigo, una relación amorosa y contenedora donde compartir sentimientos, dudas, ideas, problemas, alegrías. Entre niños. (ref: Niobe Way, Judy Chu, Michael Kimmel, investigaciones de los últimos veinte años con niños y jóvenes de diversas culturas)

Llegando a finales de la secundaria, 75% de esos niños ya no tenía un mejor amigo. Comenzando los estudios superiores, la pérdida llegaba casi al 100% (y grupos de deporte u otros, no proporcionan necesariamente espacios de intimidad afectiva a los jóvenes varones).

Los muchachos habían renunciado a su afecto, y a su voz más íntima (la que comparte lo más profundo de su sentir): no sólo por las presiones del prejuicio (en el sentido que amistades muy cercanas serían “sospechosas de homosexualidad”) sino por lo que se espera de ellos desde la “masculinidad”. Esa expectiva conocida por los adolescentes (y habría que preguntar también a los hombres adultos en estos tiempos) que los obliga, dicen ellos, a ser autónomos, fuertes, estoicos. ¿Solos? Es una cruel desposesión.

Se habla de las niñas en una situación desoladora e inconcebible (abuso y violencia sexual, matrimonio infantil, pobreza), pero lo que viven ellas por millones también lo viven los niños en números que no podemos sólo asumir menores, sino desconocidos. El último informe de violencia contra la infancia de Unicef (2014) es claro en señalar que muchos niños no denuncian sus sufrimientos por temor, estoicismo, y para evitar ser sojuzgados, ellos y/o sus familias.

¿Cómo ayudamos a cambiar esta realidad? La pregunta del presente y del futuro no puede separar a niños y niñas.

La pregunta, aunque no sepa cómo enunciarla bien, va hacia la forma en que podamos proveer contextos y relaciones humanas que permitan a niños y niñas por igual, sentirse a salvo, aceptados y empoderados a desplegar auténticamente su ser, sus capacidades y atributos diversos. Y a cómo, también, fortalecemos resiliencias y recursos que les permitan a ambos (niños y niñas) ser parte de paisajes que no cambian de un dia para otro, y donde todavía habrá dificultades, escasez, censuras, y más de un dolor.

Ojalá en Chile nos valgamos de advertencias y aprendizajes ya ganados en otros lugares, y vayamos sumando otras historias. Ya existen. He conocido de colegios donde hoy en día están trabajando programas para promover la igualdad de género (y también JUNJI, en sus jardines de administración directa), así como la inclusión y el cuidado amoroso de niños y niñas homosexuales o transgénero con toda la comunidad haciéndose parte.

Más allá de las definiciones y los géneros, volver sobre los seres humanos pequeños y pequeñas a quienes estamos protegiendo, amando, educando.

De un colegio en Santiago surgió una website para orientarnos como familias (www.transexualidad.cl); en otro, una estudiante está viviendo su transición social (a niño) con apoyo de compañeros, profesores, y apoderados no sólo de su curso sino de todo el colegio. Por cierto, una parte de cada historia es  la transición social, y la ética del cuidado y el derecho al tiempo -el desarrollo y maduración cerebral lleva unos 20-25 años, recién ahí es el paso a adultos- deben seguir siendo cardinales a fin de no precipitar ni presionar procesos, y de esperar para la toma de decisiones más profundas e irreversibles (como en la parte médica). Pero son historias que vamos conociendo; que nos piden aprender. Cuidar. Respetar

En este día del #Yorespeto, quizás como muchos papás y mamás, agradezco de la nueva generación cómo nos enseña que otro mundo es posible. Sus ojos nuevos, su voz clara.

Pienso en mis hijas, en lo que he gozado siendo parte de sus vidas. Las lecciones que he recibido.

“Las personas son personas, todas distintas, el respeto igual para todas”, diría la mayor cuando chica, en reclamo por las clasificaciones de género. La más pequeña, de 6, no conoce las palabras gay, lesbiana, homosexual, trans (y tampoco conoce “tolerancia”, sólo “respeto”). Pero al igual que su hermana mayor, y como muchos otros niños, desde pequeña ha compartido con parejas y familias diversas y no existen los nombres cuando ve lo mismo que en su hogar, en tantos otros hogares: cariño y cuidado de unos por otros, especialmente de l@s adult@s hacia los niñ@s.

En la última marcha por la diversidad y no-discriminación de mayo 2014, Emilia se quedó fija en un grupo de hombres transvestidos (no estoy segura de si el término es el correcto). ¿Están disfrazadAs porque es la fiesta de las “familias distintas”? Sí, le dijimos. ¿Puedo hablar con la niña de rosado y hello kitty? Por supuesto, si ella quiere también, ¿preguntémosle?

Nos acercamos a él/ella (me cuestan las conjugaciones) y nos acogió con una amabilidad inmensa. Me preguntó, como mamá, si le permitía comer dulces a mi hija. Digo que sí, que en general sí (aunque algunos no nos parecen seguros, por si se atora). ¿Estos están bien? y me muestra unos koyac (quizás se llaman distintos en estos días), pero chiquitos, y le respondo que sí, todo bien.

Mi hija le pregunta por su ropa, su cabellera, su cartera (muy colorida), y  en todo recibe una respuesta dulce, lúdica. Luego Emilia le pregunta si pueden retratarse juntas. Ella le responde “hay que preguntarle a la mamá”.

Me emocioné y no sabía cómo se detiene el tiempo o se atesoran momentos así, de tanta inocencia y respeto entre seres humanos, de tanto cuidado de la manada adulta por los más chicos. Asentí, y vi a mi hija alzada en brazos, brillando al sol esas dos cabelleras radicales y alegres, una de color naranjo, la otra de color rosa. Qué momento único. Inolvidable.

Tomamos la fotografía, Emilia feliz, y mi marido también, que fue llamado por la más chica a sumarse al grupo. “Qué tierna la niña”, comenta mi hija al alejarnos. “Su voz era un poco distinta eso sí, como de niño”.

¿Tú la escuchaste distinta?, le pregunto, y en esa repetición de sus palabras y en el tiempo que gano, intento prepararme para el diálogo que pueda venir (aunque preferiría que fuera más adelante en esta esfera de la diversidad, y así poder conversar, por ejemplo, en torno a una película como “Mi vida en rosa”). Su respuesta es imbatible: “Sí mamá, pero todos tenemos voces distintas”. Acto seguido pasó a comentar otras cosas, los globos, el cielo, un edificio antiguo.

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Hasta ahora no se ha abierto una nueva conversación, pero mientras residimos en Nva York, la más pequeña ha cruzado camino, al igual que otros niños, con decenas de personas y parejas de la mayor diversidad.

Nos tocó que en el metro, una pareja de lolos se sentó frente a nosotras en un trayecto largo. Iban riendo y siendo muy cariñosos (nada excesivo, sólo una ternura arrolladora). Disfruté viendo a mi hija mirarlos con una gran sonrisa y curiosidad. ¿Son pololos cierto?, pregunta. Le digo que sí, “como tu hermana y Jaime”. Ahh, y ríe con travesura, sin “pero…”, sin más preguntas, tan ligera en una edad donde ya presta atención a las claves y a la noción del amor romántico (que a los 3,4 años aún no estaba presente). Este amor, y el amor por su familia, el cariño por sus amig@s.

El amor que no trae sombras ni reproche, tampoco nombres; que no ve diferencias y sólo reconoce a personas que se quieren.

Escribo esta mañana, lejos, y me pregunto cuántas historias más cómo ésta tendremos para contar. Las nuevas generaciones de niños y niñas viven este tiempo de una forma que puede iluminarnos a todos. Ojalá en este blog, en múltiples espacios y diálogos, otros papás, mamás, herman@s, educadores, pudieran compartir historias de sus hij@s, alumn@s (por favor, sería increíble). Estamos entre tod@s aportando a un tomo mayor en un estante de libros muy querido, donde vamos sumando las etapas de vida de esta nación. Ésta es una buena etapa.

Que sea una bella marcha la de hoy, #Yo respeto

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 En Battery Park, NYC, 18 Octubre 2014, #yorespeto para igual celebrar el buen día.

 

Serie de Diversidad Sexual y la Nueva Generación: Cómo conversamos con nuestros niños (publicada en El Dinamo). Van cinco columnas a la fecha (quedan 3 pendientes). Gracias por concurrir en su lectura:

Introducción  http://bit.ly/1qiIktg

0-3 años Parte I http://bit.ly/ZecQOx

0-3 años Parte II http://bit.ly/1t332VC

4-7 años Parte I http://bit.ly/1tBy94P

4-7 años Parte II http://bit.ly/1sdVwGd


 

Fotografía del título: humanity. love. respect.