2280 minutos de silencio

Hay situaciones que dejan en tal estado de perplejidad, que una prefiere esperar. Dejar pasar la primera marea agitada (dispuesta a ir directo al roquerío, donde nada queda), y aguardar otra cadencia, un océano no menos indignado o herido, pero sí capaz de encontrar su voz de otra forma. Para poder escuchar.

Cuando leí en las redes sociales sobre el minuto de silencio que un diputado solicitó en el Congreso de Chile para recordar a Augusto Pinochet a 8 años de su muerte, ni más  ni menos que en el Día Internacional de los DDHH, me costó creerlo.

No podía creer que hubiese alguien  capaz de pedir ese minuto, o alguien capaz de concederlo, de no oponerse (así le costara el cargo o ir a prisión por desacato a no sé qué incomprensible legislación) para cuidar al país entero.

No era un acto privado, ni un grupo de civiles cualquiera. Se trataba del Congreso de la Nación.

Estudios ya han puesto luz sobre la escasa confianza ciudadana en nuestro Congreso (PNUD, 2014) y no somos pocos quienes hemos dejado de sentir aprecio y orgullo por él (sí agradecemos que exista un número de parlamentarios sinceros y trabajadores). Pero confianza más o menos, siempre será exigible, legitimamente esperable de nuestros parlamentarios el que no inflijan ni ahonden en daños a la ciudadanía.

Mirar desde el cuidado ético, desde nuestra salud cívica y nuestra salud mental.

Un congreso claro en su rol, habría evitado ese minuto, para cuidarnos (inclusive al diputado que hizo la solicitud):

cuidar a las víctimas, cuidar la democracia que tanto nos costó recobrar, cuidar los DDHH que están para protegernos a todos, y de cuya defensa, todos también, sin distinciones de ningún tipo, podemos y debemos sentirnos responsables.

Recordé en tiempos de trabajar en un organismo de DDHH dedicado al tratamiento de personas torturadas y de sus familias, haberme sorprendido cuando en tareas de archivo debí procesar Informes de DDHH donde se daba cuenta de situaciones de vulneración grave en otros países, por ejemplo Cuba. Una compañera de trabajo mayor (yo tenia apenas 21 años, y casi todos eran mayores entonces) me dijo “el respeto a los DDHH no es “acomodable”. Es absoluto. Y no existen silencios excusables aquí”. Agradecí estar en ese momento, y como mamá nueva. Las palabras de Mónica son un eco leal hasta hoy.

No hay silencios excusables en DDHH. Tampoco puede ser un arsenal el silencio. Y el silencio de los homenajes públicos, cívicos, debe entrañar dignidad, consideración, empatía. La voluntad y precaución de no-dañar.

Alguna vez leí, en alguna historia, que los minutos de silencio podían ser uno por cada ser humano que hubiese perdido la vida en alguna tragedia. Pensé entonces en que todavía no terminaríamos de callar por cada víctima del Holocausto, hasta llegar a guerras recientes, e historias de cada día en el mundo, los niños y niñas víctimas de criminales solitarios (como en el kindergarten de Sandy Hook, EEUU, el 14 de diciembre del 2012) o ejércitos fundamentalistas (como en la escuela de Peshawar, Pakistan, 16 de diciembre 2014)… sería un silencio ensordecedor

El día 10 de diciembre, iba hacia la universidad y pasaban por mi cabeza otras posibles situaciones demenciales, insanas –porque trizan el sentido común, la cordura, porque hieren deliberadamente, o por omisión consciente a quienes ya han sufrido demasiado.

Jamás pediríamos minutos de silencio por un número de genocidas y tiranos de quienes leemos en textos de historia, con una distancia tenuemente protectora, sólo porque no vivimos en sus eras ni territorios. Tampoco concebiríamos minutos de silencio por asesinos, por pederastas, femicidas, traficantes de seres humanos adultos y niños.

Ese día recordé también a una paciente, sobreviviente de incesto y ASI prolongado, cuando murió su abuelo (responsable del abuso). Ella tenía cerca de cuarenta años. No asistió al funeral, y tampoco los suyos (ni su marido e hijos, y tampoco su madre o sus tíos y primos más cercanos).

Al año siguiente, se realizó una misa de conmemoración y su madre sí asistió esta vez (sentía culpa por no haberse despedido de su padre el año anterior). La hija experimentó la crisis post traumática más seria que había vivido en veinte años, incluidas ideaciones suicidas. Tal fue su herida moral, emocional, y física también (no se sufre en el aire, sino en el cuerpo).

Para las víctimas de crímenes de lesa humanidad en Chile, durante la dictadura, no alcanzo a imaginar lo que pudo ser o cómo pudo sentirse ese minuto de silencio por A. Pinochet. O el que un representante del Congreso, sabiendo lo que sabemos, lo haya solicitado sin compasión ni responsabilidad en una situación donde él no podía anticipar con certeza cuáles podían ser las consecuencias para las víctimas. Y no sólo él fue responsable, sino quienes no evitaron la situación.

El hecho es que representantes de nuestro parlamento, en pleno uso de sus facultades, corrieron el riesgo de re-victimizar a sus compatriotas que habían sufrido tortura, secuestro, prisión, y/o a las familias de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos. Familias que talvez el 10 de diciembre volvieron a evocar momentos indecibles, experimentaron flashbacks, crisis de pánico, un regreso forzoso a sus duelos (de manera intensa me refiero, porque hay duelos con los que de todos modos se convive cada día de una vida) por las propias heridas o de seres queridos, o de una comunidad. Esto es muy grave.

Grave, porque cualquier diputado o Senador en ejercicio debe saber –asumiríamos- que el número oficial de víctimas de violaciones a los DDHH y crímenes de lesa humanidad en tiempos de dictadura y con A. Pinochet a la cabeza, es de al menos 40,018. Esas son las víctimas “oficiales” para el Estado de Chile (Informe 2011)

No conocemos el número final. Pero sí sabemos de 40,018 chilenos y chilenas reconocidos oficialmente como víctimas. Dicho reconocimiento se fundamenta en que las personas hayan sufrido: 1) detención y/o tortura por agentes del estado o personal a su servicio; 2) desaparición forzada o ejecución por agentes del estado o personal a su servicio; y 3) secuestro o intentos de asesinato por razones políticas.

En el número “oficial” no están considerados exilios, exoneraciones y cesantías, enfermedades físicas y/o psicológicas, y otros muchos daños para los cuales no existe métrica ni definición. Tampoco están incluidas miles de otras personas cuyas denuncias no han terminado de ser procesadas. O al resto de un país para el cual ha sido lento y doloroso el recorrido de la reconciliación.

Entre las víctimas, recordar a los niños. En los años más tristes –según los Informes Rettig y Valech- 2200 niños vivieron prisión y tortura, al menos ochentafueron secuestrados, ejecutados y/o desaparecidos, y de otros no conocemos su destino pues pudieron haber nacido durante el cautiverio de sus madres luego desaparecidas.

Son 2280 niños, niñas y adolescentes que quiero creer, nos importan a tod@s, más allá de nuestras edades, creencias o avenidas políticas. En minutos de silencio, si fuese uno por cada un@, serían 2280. Casi dos días. Más mujeres, hombres, padres, madres, abuel@s, monjas y sacerdotes, incluso miembros de las propias FFAA (que no cumplieron órdenes crueles), y tantas otras personas de nuestro país. No sé a cuántos minutos llegaríamos. Los duelos, además, son para siempre.

El 10 de diciembre, conversamos de lo ocurrido sólo en familia, y con dos compañeras de universidad -una de ellas británica, y la segunda, india- que se han vuelto amigas entrañables en estos meses. Las 3 coincidimos en que ningún representante de un Congreso en el mundo civilizado, podría hoy eximirse y desconocer, omitir u olvidar a su conveniencia a víctimas de violaciones de DDHH de su país. Menos pueden ser responsables de actos deliberados de re-victimización de sus conciudadanos. Ni siquiera durante un minuto.

“Uno esperaría otra conducta de países democráticos. Lo siento” y guardaron silencio: un silencio que sí agradecí viniendo de estas dos mujeres lúcidas, tanto como su “lo siento”. Una disculpa franca que habría tenido ganas de compartir o hacer llegar a quienes en verdad correspondía pedir perdón ese día, e ignoro si al momento de escribir esta reflexión, habrá habido una disculpa pública –de parte del diputado responsable, de su partido, de todo el Congreso, de la Presidencia-, pero como mis compañeras, y como much@s, yo también lo siento.

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Escolares de New Delhi, India observan 2 minutos de silencio por las victimas de Peshawar en Pakistan. Dic. 17, 2014 (via The Atlantic)