Escribir con aguja

Cinco años atrás, en Santiago, nació un libro (y muchas gracias a todos quienes desde el 2007 y ahora mismo, lo han hecho suyo y llevado a sus hogares).

Muerto de miedo y de esperanza, Agua Fresca en los Espejos asomaba al mundo para proponer (al menos, era su intención) una conversación sobre la niñez y sus vulnerabilidades; sobre la resiliencia y la ética del cuidado; y sobre el abuso sexual infantil (ASI) como un dolor urgente e imprescindible de sanar y detener.

Era un desafío grande, en verdad: el tema de ASI no invitaba necesariamente a la lectura voluntaria o por el gusto de leer, y menos en un país donde poco quería hablarse aún sobre la posibilidad universal -sin excepciones de procedencia o pertenencia social- de ciertos sufrimientos (hubo entonces, inclusive, medios de prensa que se negaron a hacer mención del libro, justamente por su contenido).

Hablamos entonces de cifras lacerantes (4500 niñ@s abusad@s cada año, promedio; 7 niñ@s guardando silencio por cada 1 que llegaría a hablar; miles de adultos callando sus historias); de cegueras, secretos e indolencias; de verdades que dolían y avergonzaban; de años gastados por algo que no hicimos y por lo que sin embargo muchos pedimos perdón: por no habernos podido defender mejor (como si hubiese sido posible), por no haber podido hablar a tiempo (si ni siquiera teníamos las palabras para explicar lo que vivimos), por nuestras demoras o dificultades en el cuerpo o los afectos, y por remecer a nuestras familias y a otras personas con la revelación de una herida que jamás hubiésemos querido que existiera como parte de nuestra historia y la de nuestros clanes.

A poco andar, mujeres y hombres comenzaron a compartir sus propios relatos y por momentos me parecía que mi niñez había gozado de casi excesiva buenaventura, en comparación a los caminos que otros debieron transitar para sobrevivir la experiencia de ASI.

A correos y cartas privadas, siguieron conversatorios, charlas públicas (estudiantes, vecinos, profesionales, padres), sesiones formativas, colaboración con equipos clínicos que trabajan con niñ@s (gracias a Paicabí, Previf y Raíces, entre tantos otros, por su tarea sagrada y titánica), un grupo de encuentro/apoyo el 2009 con mujeres sobrevivientes (motivado por la joven creadora dehttp://www.inocenciainterrumpida.net), una experiencia piloto con abusadores en libertad vigilada (un esfuerzo de restitución, luego del juicio y sanción), decenas de encuentros en torno al tema. Murmullo de nieve; amago de bondadosa avalancha. Gracias a tantas personas. Ustedes saben, cada una.

Sé que no siempre he podido responder como quisiera en tiempos y presencias (como muchos, debo trabajar), pero en cada invitación a lugares distintos y remotos, me quedó algo muy claro: éramos muchos quienes no solamente compartíamos la experiencia de ASI, sino que asimismo éramos incontables quienes queríamos hacer algo porque ningún niñ@ más, pasara por ella.

En cinco años pude darme cuenta de que la voz de Agua Fresca, tuvo eco. Y así como yo pude sentirme menos sola con testimonios valerosos de otras mujeres que hablaron antes (ángeles guardianes en mi decisión de contar la historia), quiero creer que otras personas se animaron a su voz, en cercanía con un libro que hicieron propio. A partir de esta sensación, otra entrañable: de autoría compartida, de dejar volar al pajarito de libro y verlo de lejos, hacer lo suyo, como un hijo de muchos.

Entre mi hogar y quehaceres, costó plantearse presentar el texto nuevamente, este 2011. El cambio de casa editorial -feliz, agradecida- lo hacía necesario: es una versión revisada, macerada, mucho más madura (y acompañada, además, de dos hombres que han dejado huella). Y me resonó menos difícil o ajena la posibilidad de volver al relato (aunque pasen años, es esfuerzo), porque mucho había cambiado en Chile. Muchísimo. Al fin se reconoce la necesidad de discutir sobre la imprescriptibilidad o ampliación extensa de plazos para denunciar el ASI (la semana pasada se constituyó, finalmente, la comisión).

La Iglesia como responsable de abusos, y los testimonios de 4 hombres buenos y valientes, no dejaron más alternativa que mirar, actuar. Hablar lo indecible del abuso, que además de un quiebre íntimo (que toca también a quienes nos acompañan), ha sido y sigue siendo reflejo de lo que somos colectivamente, cada sociedad, o como especie humana. El ASI es un fracaso de todos en el imperativo del cuidado que nos debemos; una responsabilidad compartida por muchos: la familia donde se desencadena, la comunidad, sus instituciones, todos quienes no actuaron a tiempo. Pero también es un deber de todos (y en esto hay una maravillosa oportunidad) la enmienda, reparación y prevención de nuevos daños. Conversemos.

Voces de tantos, re-autorías de vidas que al salir del secreto, se acompasan de otra forma con sus transcursos y destinos. Porque relatar el abuso no es tanto relatar una experiencia traumática, sino, sobre todo, declarar que es tiempo de que sea cada uno quien escribe su vida completa, para llevarla -también completa- a la plenitud que merece. Este recobrar los “derechos de autor” luego del abuso sexual, requería de una conversación distinta y, también, de un “escuchar” en otros términos (con mayor compasión, alerta, voluntad de cambio). Contamos con ello, pero queda mucho por hacer, todavía.

Cual mantra, un verso de Wistawa Szymborska nos recuerda que el mundo nunca está preparado para el nacimiento de un solo niño. Una declamación que es inexorable y humilde en reconocer nuestras restricciones para prodigar a cada niñ@ que nace, a TODOS ellos, lo que necesitan. La máxima certeza de cuidado y protección de su integridad y dignidad humana; el aliento a su desarrollo pleno.

Me he pasado gran parte de mi adultez sintiendo que, como dijo Szymborska, yo no estaba preparada, o no era lo suficientemente capaz como mamá. Entre la plegaria y la gratitud, negocié la infancia y adolescencia completa de mi hija mayor, rezando por poder acompañarla siempre un año más. Quería no perderme un solo día de amarla, pero sobre todo quería dejarla bien preparada -ética, emocional, creativamente hablando- y radiante, ojalá, para hacer su vida. Hoy, al tiempo que me emociono viéndola dormir, también me desvelo con mi segunda chiquita y mucho más, siendo yo una mamá algo “vieja”. ¿Qué sería de ella si no estoy?

Como otros padres y madres que se hacen esa misma pregunta -no solo para su muerte, sino para su vida, a diario, en precariedad-, quisiera creer que nada debería faltarle a mis niñas ni a los hijos de nadie (refugio, alimentos, acceso a educación y salud, respeto a su integridad y derechos) porque puedo contar con la certeza -y no es así- de que viven en un país donde el cerco humano adulto es sólido y generoso como debe ser: tanto como se requiere para que no fuera siquiera una pregunta el acceso universal a salud, educación, oportunidades de progreso, equidad. Esta pregunta espera respuesta.

Además de agradecer hasta la médula, la posibilidad de participar con ustedes en conversaciones sobre el cuidado -tanto en el libro, como en este espacio en El Post-, me detengo en la sensación de un tiempo donde tal vez, más que nunca, necesitamos sentir que a todos -del Estado para abajo- nos importan los hijos de todos.

Reconocer que sin excepción somos padres y madres, en alguna o muchas formas, de más niñ@s que solamente l@s nuestr@s. Soñar un mundo para ellos donde palabras como inequidad, abusos, soledad, sean todas reemplazadas por esplendor (elegida alguna vez la más bella de nuestra lengua por su musicalidad y significado superlativo). Que éste sea, tal cual decía en el prólogo de Espejos de Infancia (www.paicabi.cl): “una directriz de bienestar, y la aspiración más alta de desarrollo para todo niño. Y ojalá, algún día, una definición entregada por ellos mismos sobre el pulso y color de sus vidas”. Y de las nuestras también.


Fotografía del título: Flakes In Situ