Igualdad de género y el nuevo ciclo: señales incompletas

En semanas recientes se firmó el proyecto ley que crea el Ministerio de la Mujer, y en éste se advierte la ausencia mayor de las niñas. La promoción de su cuidado y desarrollo pleno (desde la infancia temprana) es un factor inseparable de evoluciones posibles en los destinos de las ciudadanas mujeres, y es, además, una meta primordial en la agenda de desarrollo post 2015. ¿Cómo entender, entonces, que las niñas no sean una prioridad inmediata?

En Chile, somos algo más de 17 millones de personas: 50,50% son mujeres y niñas, y 49,49% hombres y niños. Más del 70% de las familias son nucleares biparentales, 26% son monoparentales (Unicef, 2011).

La mayoría de las madres y padres trabajan (42-45 horas semanales) y señalan –en diversas encuestas- que extensas jornadas y desplazamientos han menguado la calidad de su vida familiar, eso sin mencionar las crecientes dificultades para asegurar el cuidado de sus hijos, de todas las edades, durante horas laborales. Una de cada diez madres regresa de su trabajo, cada día, cuando sus niños ya duermen, y un 74% de ellas está de acuerdo con que para progresar laboralmente hay que “sacrificar” a la familia (ver Madres en cinco décadas).

Los números tienen caras, cuerpos, historias. Uno los lee y se pregunta quién cuida a quién en los hogares, cómo, con qué apoyos (eso sin siquiera considerar miembros de la familia enfermos, de cualquier edad, y l@s ancian@s).

En los discursos de la justicia y la autonomía, la intensidad de los niveles de cuidado imprescindibles para sostener una sociedad, se menciona escasamente. Desde el feminismo de la igualdad –y hasta aquí, desde los mensajes de Sernam en este nuevo ciclo- preocupa que el cuidado y la maternidad casi sean observados como kriptonita: un factor que des-empodera a las mujeres, las aliena de la esfera pública, refuerza estereotipos y arriesga transformaciones sociales irrenunciables.

Hemos oído más de alguna más sobre la necesidad de “desmaternizar” el discurso y la política pública. Y la mirada sobre los derechos reproductivos femeninos -por más que uno adhiera a las urgencias del debate-, por momentos parece tener un punto ciego donde la autonomía llega hasta donde se vindica el derecho al aborto, y no así –o mucho menos- el derecho a decidir ser madre y cuidar a los hijos, lo que continúa siendo un horizonte y voluntad para muchas mujeres.

Si hablamos de albedrío, libertad, derecho a decidir, esto incluye tanto ser madre –o padre- como no serlo. No existe una sola versión de la autonomía para las mujeres, o para los hombres. Somos divers@s. Sernam, y el Estado en su conjunto, deben dar acogida y responder a esa diversidad.

Es un hecho que la identidad femenina ya no se articula solamente en torno a la maternidad y el mundo privado (y la identidad masculina ya no se limita a la esfera pública, sin conexión con los afectos y la paternidad). Pero tampoco debe ser esperable o exigible distanciarnos de nuestra condición de madres o renegar del cuidado, para concebirnos como empoderadas, “progresar laboralmente”, o acceder a igualdad de dignidad y derechos en nuestro país. Es una expectativa irracional e insensible.

Actualmente, tanto las mujeres como los hombres enfrentamos complejidades y cambios (sufrimientos, también). No sólo en las relaciones entre unas y otros, sino juntos y frente a un orden social que, desde jerarquías frustrantes y valores y señales confusas, estrecha nuestras vidas: en oportunidades para habilitar los talentos de todos y contribuir a nuestras comunidades; en el espacio íntimo y de nuestras relaciones afectivas; en las formas de convivencia, especialmente entre adultos y niños; en nuestras maternidades y paternidades también. Es inevitable preguntarse qué perciben o interpretan de nuestras necesidades o dificultades, nuestros gobernantes y líderes. Las señales son si no confusas, al menos incompletas.

En semanas recientes se firmó el proyecto ley que crea el Ministerio de la Mujer, y en éste se advierte la ausencia mayor de las niñas. La  promoción de su cuidado y desarrollo pleno (desde la infancia temprana) es un factor inseparable de evoluciones posibles en los destinos de las ciudadanas mujeres, y es, además, una meta primordial en la agenda de desarrollo post 2015. ¿Cómo entender, entonces, que las niñas no sean una prioridad inmediata?

Otra ausencia importante se refiere a recomendaciones del Informe de Desarrollo Humano 2010 de PNUD sobre el futuro trabajo en políticas públicas, el cual debe necesariamente integrar a los hombres y sus vidas (y no: esto no se limita a la ocasional cordialidad retórica de la autoridad en alocuciones sobre la igualdad de género). Una excelente explicación sobre esta materia la entregaba –en reciente entrevista en Radio Paula- Ma. De los Ángeles Fernández-Ramil, cientista política y fundadora de Haymujeres.cl, desde la “insistencia noventera” que observaba –y concuerdo- versus la necesidad, en un nuevo milenio y mundo, de contar con un Ministerio de Género y Desarrollo Humano, concebido en clave relacional: hombres y mujeres, niñ@ y adult@s, todas las edades, todas las formas de vidas, familias, parentalidades.

Somos conscientes de que durante la administración anterior, Chile bajó del lugar 91 al 136 en el ranking de igualdad de género del Foro Económico Mundial. En este nuevo ciclo, de apenas cuatro años, se requieren acciones ágiles y decididas, y en poco ayudan confusiones (como sucedió, por ejemplo, con “Elige vivir sano” y su congelamiento, informado y desmentido casi simultáneamente) o retrocesos y pausas derivadas de “reevaluaciones o reformulaciones de programas”.

Parece ser el caso de CEAAM, programa creado el año 2011 (por Carolina Schmidt) para el apoyo a la maternidad y paternidad desde el eje del cuidado, incluyendo -de forma inédita y valiosa- la dimensión preventiva y de respuesta en abuso sexual infantil, tanto para l@s hij@s como para mujeres que lo sufrieron cuando niñas. Es necesario, por cierto, mejorar todo aquello que deba ser mejorado, pero admito que me cuesta imaginar motivos para que este servicio sea interrumpido por un día (y va más de una semana). Más importante aún, que cualquier programa específico, es la claridad en las señales de la autoridad en el nuevo ministerio sobre qué experiencias y vidas de las mujeres tienen acogida, o se excluyen, y por qué.

La gestión saludable de un Estado -y el recorrido hacia una nación buena, o plenamente desarrollada, civilizada- se refleja en la inclusión de las diversas necesidades, vulnerabilidades, y vidas de sus ciudadan@s. Y en la responsabilidad prioritaria, sin más demora, sobre el cuidado de las nuevas generaciones. Ojalá con el paso de las semanas, la claridad en actos, dichos e intenciones nutra esa confianza que, en relación a nuestra democracia (independiente del gobierno de turno), siempre queremos y necesitamos sentir.

 (*) Mamá de dos hijas, psicóloga (ética del cuidado y prevención y tratamiento de ASI) y escritora.