Lava

Yo la esperaba desde el 2013 (ver enlace) y, al fin, hace unos días, fuimos con mi hija menor a ver Intensa-Mente (Inside out, título original, aquí un adelanto) Es la nueva película de Pixar sobre los cambios experimentados por una niña en su camino hacia la adolescencia.

El lugar donde se despliega la trama: el cerebro. Los personajes: las emociones de la alegría, la tristeza, el enojo, el temor y el desagrado, y un amigo imaginario de la niña que sobrevive en la memoria.

La película es cautivante, encantadora, también para los adultos (con nuestras propias “voces en la cabeza”, ver trailer 2), y sólo un poco larga para los muy chiquitos –algunos salieron a caminar, o al baño. Pero para todxs un regalo o “llave” para abrir y continuar conversaciones con los niñxs sobre formas de sentir, recordar, aprender,  la maravilla del cerebro (y todo el cuerpo humano), la identidad, y la importancia de todas nuestras emociones, junto a una resignificación muy especial de la tristeza, que no puede ser suprimida.

Antes de la película, otro regalo: el cortometraje “Lava” que juega todo el tiempo con esa palabra en su sentido literal, y como amor en inglés, love, love-ah. No quiero adelantar mucho más, pero volví hoy a la canción, las imágenes de los volcanes, la tristeza- alegría, la memoria.

Sé que fue mi padre –a pesar de nuestra historia- quien primero me habló de la creación de los planetas. De mares y volcanes. Si éramos hijos de la tierra, algo semejante al magma llevábamos dentro. Quizás el corazón, solía pensar de niña. ¿Podríamos estallar en fuego a veces? Lo ignoraba.

En días de erupción del volcán Calbuco (ver time lapse, por Martin Heck), con mucha gente comentando que era lo más cercano al apocalipsis que podían imaginar, recibí una llamada de mi hija mayor. Con delicadeza y casi como pidiendo disculpas, quería compartir que aun siendo consciente de la catástrofe y de lo terrorífica que tenía que ser para las personas en esa región, no podía evitar sentirse emocionada de observar algo que para ella era lo más cercano a cómo imaginaba la génesis de nuestra tierra.

“Me dejó muda de reverencia”, dijo. A mí, ella, también me dejó sin palabras. Y vi pasar en una cola de cometa, cientos de recuerdos de su niñez y adolescencia; incontables ocasiones en que ella puso vitalidad frente a obstáculos que salían al camino de nuestra familia. A veces, me inquietaba la pregunta de si no habría en ella algo genético, parte de ese “optimismo crónico” que según mi terapeuta y maestro de años, podría llegar a tener ribetes patológicos sin el contrapeso de la tristeza.

La tristeza, y no la “depresión”. Un diagnóstico (muy serio, y por cierto, devastador) que, según varios expertos, nos ha dañado como humanidad. Justamente, porque en gran medida nos ha robado el derecho a la tristeza. Y con ella, otras emociones.

Pensé en una conocida de quien muchos en su familia dicen que es depresiva, deprimida, o a lo menos “deprimible”.  Ama en abundancia, camina firme (es alta y buenamoza), tiene un agudo sentido del humor, trabaja y lo hace con placer (cero ganas de jubilar), celebra nacimientos, cuida feliz a sus nietos, duerme y come bien, disfruta haciendo regalos y auto-regalos (“engañitos” diríamos en Chile), adora viajar, y si no puede hacerlo, entonces sueña que viaja.

Pero perdió a su hermano cuando ambos apenas llevaban unos años en la universidad. Él es detenido desaparecido, y esa tristeza no se disipa ni disipará jamás, ¿y por qué habría de hacerlo, o cómo, sin habeas corpus? Ella está triste, no deprimida. No está enferma, no adolece de un mal. Le duele una ausencia; con amor, por amor (que tampoco se disipa).

Los niños al nacer, lloran y uno se angustia-alegra de que lo hagan porque es una forma de comunicarse, de llamarnos. Sin llanto y todavía sin palabras, cómo podrían expresar su frío, hambre, desconcierto, sus ganas de ser arrullados, su cansancio, o si les duele la guatita, y si alguna pelusa les molesta entre los dedos de los pies. No tienen otra forma, y uno agradece que el llanto exista.

Unos pasos más adelante, expresarán su dolor ante un golpe, un susto, o su pena pura, por no poder jugar con un amiguito/a, o porque no saben bien qué les pasa. A veces, lloran sólo por eso. El cuerpo llora: no sólo los ojos. Y no es sólo líquido salino: caben mundos ahí.

gotita

Escuchamos a menudo que se dice a los más pequeños, “no llores”, “si ya pasó”, “¿pero por qué estás llorando?!, ¿ya estás llorando otra vez?! En el subtexto, la descalificación a la tristeza, quizás desde la fantasía de evitar que nuestros niños sufran (y es inevitable: las pérdidas van con nosotrxs en el camino), desde una sobrevaloración del estoicismo -que no es igual a resiliencia, y arriesga enmudecimientos-, o desde las propias exasperaciones y ansiedades del mundo adulto.

Sin embargo, objetar las lágrimas envía una señal sin distinciones y bien podrían evaporarse otras: lágrimas de felicidad, de gozo, placer. Si son silenciadas, se pierden voces necesarias: la tristeza, y con ella, de la mano, también la alegría.

(“You cannot protect yourself from sadness without protecting yourself from happiness.”  Jonathan Safran Foer)

Un veterano de guerra a quien conocí, sufre de estrés post traumático, y lo acepta con la compostura de quien convive con una hipertensión. Sin embargo, defiende a brazo partido su no-depresión, y su sí-dolor: por lo que vio, vivió, lo que no puede perdonarse ni perdonar, y menos olvidar. Entre esos recuerdos, lágrimas que quemaban, y tanto, que no se permite casi llorar por miedo a repetir esa sensación.

En años de trabajo, compartir otros sí-dolores, no-depresiones. Los duelos de hombres y mujeres, jóvenes y adult@s que han enfrentado otras pérdidas. Pérdidas. Y la humana tristeza que nos hacen sentir.

Una mayoría de ell@s, especialmente durante procesos de sanación y reparación del abuso sexual infantil, descubrieron cuán ávidas y contumaces podían ser las lágrimas no lloradas en la niñez.

Días, semanas, de corrido o intermitentemente: una mordedura en el corazón que parecía no tener fin ni nombre. Una tristeza antigua y profunda, casi desconocida, que luego de años se revelaba en agua de sal. O en lava.

Ése el líquido, ésas las lágrimas que he atestiguado cuando la develación del ASI, con una voz audible al fin, permite su integración en el resto de una biografía. Lava.

(“We only live, only suspire, Consumed by either fire or fire”. TS Eliot)

Lava. Magma. Energía acumulada de silencios y ahogos, estupores y restricciones (irrupción en la vida, y su ritmo hasta ahí, lento y preciso). Un estallido que se libera, quema y llora hasta completar su itinerario. Otros fuegos, tanto amor (¿el deseo?). Habría que esperar, un poco más. Todavía otro poco.

(Pues en el río había algo como el fuego del hogar. Y cuan­do ella advirtió que, además del frío, llovía en los árbo­les, no podía creer que tanto le fuese dado. Y el acuer­do del mundo con aquello que ella ni siquiera sabía que precisaba como el pan. Llovía, llovía. El fuego encendi­do guiñaba hacia ella y hacia él. Clarice Lispector)

Pensaba en el temblor y rugido previos, la humareda, las cenizas y lo que nos evocan; el líquido naranjo revolviendo minerales, plantas, todo a su paso. Escapar, buscar refugio. El corazón sólo quiere volver a casa.

Brincar sobre lava tibia; acariciar con manos y pies y con toda la piel, sus brasas. Luego la costra, el suelo diferente. Quizás islas. Nuevo territorio. El cuerpo recobrado. Más de una vez y las que sean necesarias.

(If you’re going to try, go all the way. There is no other feeling like that. You will be alone with the gods, and the nights will flame with fire. You will ride life straight to perfect laughter. It’s the only good fight there is. Charles Bukowski).

Mi hija menor me decía, a propósito de la película, que no sólo “Tristeza” hacía llorar sino también “Enojo” o “Temor” y que a veces era difícil saber “cuál es cuál”, pero que siempre se podía saber cuándo uno lloraba de risa, de alegría: eso sí, ¿cierto mamá?

Diásporas, orillas de río, el hogar, lavar, lava, dejar ir, dejar arder, dejarse. Esferas doradas con miles de rostros y paisajes de cada era, hiedras y buganvilias neuronales, hologramas de nacimientos, un hijo, hija en nuestros brazos y todos nuestros muertos acompañando. Llorar complet@s. Una canción de amor, y todas. Llorar de pura vida, Atizar ese fuego, cuidarlo, y reír perfectamente entre lágrimas (también la tristeza). Y claro que sí, hija. Es muy cierto.

(Call it whatever you want, it is happiness, it is another one of the ways to enter fire. Mary Oliver)